Considere a los demás como mejores, notas predicación
domingo, 4 de julio de 2021
En los tiempos actuales, la competencia por los mejores trabajos, viajes y experiencias de vida se han vuelto una constante. En la cual, muchas personas quedan encantadas, pues tienen el deseo de que otras personas reconozcan esto como sus logros. Pero, dicho estilo de vida, se puede llegar a convertir en una forma de activismo y llegar a representar las únicas metas a perseguir. Entonces se desata una competencia por lograr el mayor reconocimiento entre las amistades que comparten dichas aspiraciones. A todos nos puede gustar que nos digan que hacemos bien las cosas. Pero, en algún momento, si no cuidamos el sentimiento de ego, esta «dulce miel» se puede llegar a convertir en veneno.
La necesidad de aprobación ante la toma de decisiones es normal de niños hacia sus padres y otras autoridades. Sin embargo, cuando esto ocurre en adultos, mas bien, manifiesta falta de madurez y abundancia de inseguridades. Y, tanto en el caso de los niños, como en el de los adultos, la aprobación en forma de elogios y felicitaciones públicas y privadas puede volverse «adictiva». De manera que, obtener estos cumplidos, se vuelve cada vez más necesario y llega a ser el propósito detrás de cada acción. Y, por lo general, los niños pasan a otra etapa dejando atrás este comportamiento. Pero, hay personas que quedan atrapadas en este rol hasta muy avanzada edad.
Pensemos por un momento en un adulto en sus cuarentas, que aún demanda la atención de los padres. Y, constantemente, busca su ayuda porque, como un niño, todo el tiempo se encuentra en disputa con otras personas. Pues, no solo reclama reconocimiento constante de todos a su alrededor, sino que trata de minimizar los logros ajenos. Pero, este ya no tiene problemas en la escuela, sino que lo expulsan de cada trabajo. Al ver a sus ex-compañeros de escuela, ahora todos adultos y avanzando en la vida, una de las tantas opciones que puede elegir es también continuar con la propia y olvidarse de los demás. Pero no siempre ocurre así.
Lo cotidiano en casos como el mencionado, es que con el pasar del tiempo, dentro de si, surjan sentimientos de rivalidad por la falta de logros, o bien, de orgullo por los obtenidos. ¿A dónde nos puede llevar todo esto? Siendo que este es un ejemplo genérico, podemos decir que al estancamiento en el desarrollo. En un niño, no importa cuanto le demos respecto a necesidades materiales, mientras no lo encaminemos a dejar de ser niño y crecer en responsabilidades y decisiones, continuará viviendo en la fantasía de que todo debe ser hecho desde su perspectiva y que todos quienes le rodean están para servirle. Veamos el siguiente versículo:
Filipenses 2:3 Dios Habla Hoy (DHH)
No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo.
Ahora pasemos a analizar esto brevemente desde la perspectiva de la iglesia. Imaginemos por un momento que algún o algunos miembros de nuestra congregación son «niños en la fe». Entonces, es de esperarse que demanden tiempo y atención. Eso está bien. Pero, ¿los trataremos siempre como niños? ¿Dejaremos que prueben los límites de la congregación «haciendo travesuras» (pecado) sin marcar un alto? De ser así, entonces eventualmente ellos serán el centro de atención y adoración en lugar de Cristo.
Pero, ¿Cómo podemos saber que esto está ocurriendo en nuestra congregación? La respuesta es: observando que cada acontecimiento en sus vidas impacta la convivencia natural de la iglesia. Pues, cuando una miembro de nuestra congregación se ha convertido en protagonista, exige que la iglesia reaccione constantemente a acontecimientos positivos y negativos de su vida. Aparentado que la iglesia se goza con los que se gozan y llora con los que lloran por «ser de un mismo sentir». Pero, siendo una respuesta completamente desproporcionada en contraste con las ocasiones que «se apoya» o siquiera se está enterado de lo que acontece a otros miembros. Por tanto, retomando el versículo anterior, una de las normas de convivencia que enseñamos, es no hacer comparaciones del desempeño de los miembros, para evitar sembrar inseguridades, y fomentar la rivalidad o el actuar por orgullo dentro de nuestras congregaciones.
Cada miembro de la iglesia tiene el mismo valor y se le ha de tratar con la misma distinción. Veamos los siguientes versículos:
Mateo 20:26-27 Traducción en lenguaje actual (TLA)
26 Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, si alguno de ustedes quiere ser importante, tendrá que servir a los demás. 27 Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el esclavo de todos.
Las contiendas entre creyentes solo pueden estorbar a la obra de la iglesia. Si alguien tiene el deseo de llegar a ocupar un cargo dentro de la congregación, el camino está claro: «tendrá que servir a los demás». La obra de Dios se edifica sirviendo a los demás y no SIRVIÉNDOSE DE LOS DE-MÁS.
En el último año, en nuestra prédica, constantemente hemos hecho énfasis de pasar de la inactividad religiosa a la actividad con pasión por Cristo. Sin embargo, existen casos de excepción, donde es mejor no activarse. Y esto ocurre cuando percibimos rivalidad u orgullo en nosotros mismos.
Por otro lado, cuando quienes conforman a la congregación no comparten la misma ideología (credo), puede ocurrir la rivalidad. Lo que, usualmente politiza la convivencia. Pero esto no es nada nuevo. Veamos el siguiente versículo:
1 Corintios 3:4 Dios Habla Hoy (DHH)
4 Porque cuando uno afirma: «Yo soy de Pablo», y otro: «Yo soy de Apolo», están manteniendo criterios puramente humanos.
Quizá una forma de solucionar esto es observando quién sirve en Cristo y también quién se sirve de los que siguen a Cristo. Este tipo de declaración puede llegar a ser muy fuerte. Pero mucha de la crítica que ha recibido la iglesia a través de los siglos es precisamente debido a ministerios que se enriquecen y gastan desordenadamente. El dinero no tiene que representar un problema. Pero, quién lo gasta y en qué, sí puede serlo.
Con esto en mente, pensemos en el ejemplo de humildad y servicio que realizó Cristo como la medida de comparación con respecto a nosotros primeramente. Veamos el siguiente versículo:
Apocalipsis 3:17 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
17 Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Mientras que unas finanzas sanas ayudan a avanzar a la iglesia con respecto a alguna meta terrenal, nuestro propósito siempre es alcanzar almas para el reino de Dios. Debemos prestar atención en no convertirnos en una congregación tibia, apática al pecado y los retos de nuestro siglo.
Tenemos muchas necesidades espirituales que debemos poner delante de Dios en oración primeramente y evitar maquillar el pecado cuando este se presenta. Cuando Cristo regrese, no nos llevará con el templo lujoso, con nuestras casas o autos. Al final, nada de eso le interesa al Padre.
2 Corintios 4:18 Dios Habla Hoy (DHH)
18 Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
La necesidad de aprobación ante la toma de decisiones es normal de niños hacia sus padres y otras autoridades. Sin embargo, cuando esto ocurre en adultos, mas bien, manifiesta falta de madurez y abundancia de inseguridades. Y, tanto en el caso de los niños, como en el de los adultos, la aprobación en forma de elogios y felicitaciones públicas y privadas puede volverse «adictiva». De manera que, obtener estos cumplidos, se vuelve cada vez más necesario y llega a ser el propósito detrás de cada acción. Y, por lo general, los niños pasan a otra etapa dejando atrás este comportamiento. Pero, hay personas que quedan atrapadas en este rol hasta muy avanzada edad.
Pensemos por un momento en un adulto en sus cuarentas, que aún demanda la atención de los padres. Y, constantemente, busca su ayuda porque, como un niño, todo el tiempo se encuentra en disputa con otras personas. Pues, no solo reclama reconocimiento constante de todos a su alrededor, sino que trata de minimizar los logros ajenos. Pero, este ya no tiene problemas en la escuela, sino que lo expulsan de cada trabajo. Al ver a sus ex-compañeros de escuela, ahora todos adultos y avanzando en la vida, una de las tantas opciones que puede elegir es también continuar con la propia y olvidarse de los demás. Pero no siempre ocurre así.
Lo cotidiano en casos como el mencionado, es que con el pasar del tiempo, dentro de si, surjan sentimientos de rivalidad por la falta de logros, o bien, de orgullo por los obtenidos. ¿A dónde nos puede llevar todo esto? Siendo que este es un ejemplo genérico, podemos decir que al estancamiento en el desarrollo. En un niño, no importa cuanto le demos respecto a necesidades materiales, mientras no lo encaminemos a dejar de ser niño y crecer en responsabilidades y decisiones, continuará viviendo en la fantasía de que todo debe ser hecho desde su perspectiva y que todos quienes le rodean están para servirle. Veamos el siguiente versículo:
Filipenses 2:3 Dios Habla Hoy (DHH)
No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo.
Ahora pasemos a analizar esto brevemente desde la perspectiva de la iglesia. Imaginemos por un momento que algún o algunos miembros de nuestra congregación son «niños en la fe». Entonces, es de esperarse que demanden tiempo y atención. Eso está bien. Pero, ¿los trataremos siempre como niños? ¿Dejaremos que prueben los límites de la congregación «haciendo travesuras» (pecado) sin marcar un alto? De ser así, entonces eventualmente ellos serán el centro de atención y adoración en lugar de Cristo.
Pero, ¿Cómo podemos saber que esto está ocurriendo en nuestra congregación? La respuesta es: observando que cada acontecimiento en sus vidas impacta la convivencia natural de la iglesia. Pues, cuando una miembro de nuestra congregación se ha convertido en protagonista, exige que la iglesia reaccione constantemente a acontecimientos positivos y negativos de su vida. Aparentado que la iglesia se goza con los que se gozan y llora con los que lloran por «ser de un mismo sentir». Pero, siendo una respuesta completamente desproporcionada en contraste con las ocasiones que «se apoya» o siquiera se está enterado de lo que acontece a otros miembros. Por tanto, retomando el versículo anterior, una de las normas de convivencia que enseñamos, es no hacer comparaciones del desempeño de los miembros, para evitar sembrar inseguridades, y fomentar la rivalidad o el actuar por orgullo dentro de nuestras congregaciones.
Cada miembro de la iglesia tiene el mismo valor y se le ha de tratar con la misma distinción. Veamos los siguientes versículos:
Mateo 20:26-27 Traducción en lenguaje actual (TLA)
26 Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, si alguno de ustedes quiere ser importante, tendrá que servir a los demás. 27 Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el esclavo de todos.
Las contiendas entre creyentes solo pueden estorbar a la obra de la iglesia. Si alguien tiene el deseo de llegar a ocupar un cargo dentro de la congregación, el camino está claro: «tendrá que servir a los demás». La obra de Dios se edifica sirviendo a los demás y no SIRVIÉNDOSE DE LOS DE-MÁS.
En el último año, en nuestra prédica, constantemente hemos hecho énfasis de pasar de la inactividad religiosa a la actividad con pasión por Cristo. Sin embargo, existen casos de excepción, donde es mejor no activarse. Y esto ocurre cuando percibimos rivalidad u orgullo en nosotros mismos.
Por otro lado, cuando quienes conforman a la congregación no comparten la misma ideología (credo), puede ocurrir la rivalidad. Lo que, usualmente politiza la convivencia. Pero esto no es nada nuevo. Veamos el siguiente versículo:
1 Corintios 3:4 Dios Habla Hoy (DHH)
4 Porque cuando uno afirma: «Yo soy de Pablo», y otro: «Yo soy de Apolo», están manteniendo criterios puramente humanos.
Quizá una forma de solucionar esto es observando quién sirve en Cristo y también quién se sirve de los que siguen a Cristo. Este tipo de declaración puede llegar a ser muy fuerte. Pero mucha de la crítica que ha recibido la iglesia a través de los siglos es precisamente debido a ministerios que se enriquecen y gastan desordenadamente. El dinero no tiene que representar un problema. Pero, quién lo gasta y en qué, sí puede serlo.
Con esto en mente, pensemos en el ejemplo de humildad y servicio que realizó Cristo como la medida de comparación con respecto a nosotros primeramente. Veamos el siguiente versículo:
Apocalipsis 3:17 Reina-Valera 1960 (RVR1960)
17 Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Mientras que unas finanzas sanas ayudan a avanzar a la iglesia con respecto a alguna meta terrenal, nuestro propósito siempre es alcanzar almas para el reino de Dios. Debemos prestar atención en no convertirnos en una congregación tibia, apática al pecado y los retos de nuestro siglo.
Tenemos muchas necesidades espirituales que debemos poner delante de Dios en oración primeramente y evitar maquillar el pecado cuando este se presenta. Cuando Cristo regrese, no nos llevará con el templo lujoso, con nuestras casas o autos. Al final, nada de eso le interesa al Padre.
2 Corintios 4:18 Dios Habla Hoy (DHH)
18 Porque no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
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